Como animal semiacuático, de pequeña esta tortuga paseaba siempre por la ribera de los ríos, pero un día tuvo un accidente que no tendría vuelta atrás y que la convertiría en un especimen particular.
En su merodear habitual, se enredó en uno de esos plásticos que sirven para mantener seis latas juntas, mayormente de cerveza. Quedó atrapada en uno de los aros, sin poder librarse, los años pasaron y la tortuga creció.
Pero no de la forma habitual, sino como si tuviera un corsé, su cuerpo tuvo que adaptarse al plástico. Así, a los nueve años tenía forma de reloj de arena, de maní o cacahuete con cáscara.
Las tortugas no son particularmente veloces, pero aquellas condiciones la hacían aún más vulnerable a los depredadores. Por suerte, alguien la encontró y la llevó al Zoo de la ciudad de San Luis, estado de Misisipi, EEUU.
Al verla, los veterinarios la bautizaron como Peanut (cacahuete o maní, en español) y le quitaron la faja de plástico. Pero el daño ya estaba hecho. Cacahuete nunca volvería a tener la forma de una tortuga común.