En los colegios hondureños “pasillo” no significa pasadizo, sino la palabra que se utiliza para designar al grupo de pandilleros que le pide dinero a los maestros en su camino hacia las aulas. Allá, el que no paga, no enseña.
Las autoridades de educación distribuyen manuales sobre gestión de la ira y buenos modales en dos tercios de las 130 escuelas públicas de Tegucigalpa, la capital del país. En paralelo, las pandillas entregan catálogos que ofrecen servicios sexuales de las alumnas.
Las pandillas no reclutan menores en las escuelas porque no necesitan hacerlo. En Honduras, las oportunidades son cada vez más escasas y son los niños quienes optan por ingresar, de manera voluntaria, a la Mara Salvatrucha, al Barrio 18 o a las recién creadas Los Chirizos o El Combo.
Lo que está fuera de toda duda es que de la misma manera que controlan casi todos los barrios de la ciudad de Tegucigalpa, las pandillas controlan casi todas las escuelas públicas de la capital hondureña, cuando llega la policía todos se esconden, cuando se va la autoridad vuelven a reinar en las escuelas.