¿Qué ocurriría si saltaras en paracaídas, caminaras frente a una serpiente venenosa o visitaras una casa embrujada… y no sintieras nada? Ni adrenalina, ni palpitaciones, ni el más mínimo sobresalto. Esa es la realidad de personas como Jordy Cernik o SM, cuyos cerebros han perdido la capacidad de procesar el miedo.
Cernik, un británico con síndrome de Cushing, fue sometido a una cirugía para extirpar sus glándulas suprarrenales con el fin de controlar su ansiedad. El tratamiento funcionó tan bien que eliminó por completo sus respuestas al estrés. Desde entonces, ni el vértigo de una montaña rusa ni el salto desde un avión logran acelerar su pulso.
Un caso aún más extraordinario es el de SM, una mujer estadounidense que padece enfermedad de Urbach-Wiethe, un trastorno genético rarísimo (solo hay unas 400 personas diagnosticadas) que destruyó por completo su amígdala, la región cerebral encargada de coordinar el miedo.
SIN MIEDO AL PELIGRO
SM ha sido estudiada durante décadas por investigadores de la Universidad de Iowa. Intentaron provocarle miedo con películas de terror, casas embrujadas y animales peligrosos, pero nada funcionó. Su reacción era, por el contrario, acercarse con curiosidad a serpientes o arañas.
A diferencia de otras emociones, como la alegría o la tristeza, el miedo desapareció de su repertorio emocional. SM tampoco puede reconocer el miedo en el rostro de otras personas ni percibir señales de peligro social. Su sociabilidad es tan alta que permite que extraños se acerquen a apenas 34 centímetros, la mitad de la distancia que el resto de las personas considera cómoda.
Esa falta de alarma la ha llevado a exponerse a situaciones peligrosas —incluso ha sido amenazada con cuchillos y armas— porque no percibe el riesgo.
DOS RUTAS
Los estudios revelan que la amígdala es esencial para procesar amenazas externas —como un asaltante o un animal salvaje— y activar la clásica respuesta de lucha o huida. Sin embargo, no interviene igual frente a amenazas internas.
Cuando SM inhaló dióxido de carbono en un experimento, experimentó un ataque de pánico intenso, el primero en su vida adulta. Los científicos descubrieron que, en ese caso, el miedo proviene del tronco encefálico, que detecta el exceso de CO₂ y activa la alarma de asfixia. La amígdala normalmente modera esta respuesta; al no estar presente, la reacción se vuelve extrema.
¿ES EL MIEDO NECESARIO?
La experiencia de SM y Cernik plantea una pregunta fascinante: ¿es el miedo indispensable para vivir? En la naturaleza sí lo es. Todos los vertebrados poseen amígdala, y sin ella, muchos animales no sobreviven más que horas. Pero en la vida moderna, donde gran parte de los peligros físicos están controlados, el miedo puede resultar más dañino que útil, contribuyendo a niveles crónicos de ansiedad.
Aun así, los expertos coinciden en que esta emoción sigue siendo un pilar evolutivo: nos mantiene alerta, nos enseña a evitar el peligro y refuerza la memoria de los eventos que podrían salvarnos la vida.
Con información de la BBC News.