La práctica de armar nacimientos durante la Navidad tiene su raíz en Europa medieval y se mantiene vigente desde hace más de ocho siglos. La escena del pesebre, inspirada en los relatos bíblicos del nacimiento de Jesús, se convirtió con el tiempo en un recurso visual para recordar el significado religioso de esta festividad. La reproducción del pesebre —con José, María, el recién nacido y los personajes que acompañan la historia— sigue siendo uno de los símbolos más reconocidos de la temporada navideña en diversas culturas.
San Francisco de Asís y la expansión global del pesebre
El origen formal de esta tradición se atribuye a san Francisco de Asís, quien en 1223 organizó en Greccio, Italia, el primer pesebre viviente. Su intención era transmitir el mensaje del nacimiento de Jesús de una forma sencilla, cercana y comprensible para los creyentes de su época. La iniciativa atrapó rápidamente la atención de las comunidades cristianas, y en pocas décadas la práctica se extendió por distintas regiones de Europa, primero mediante representaciones vivientes y luego mediante figuras talladas o elaboradas a mano.

Con la expansión del cristianismo fuera del continente europeo, los nacimientos llegaron también a América, África y Asia. Misioneros y órdenes religiosas jugaron un papel clave en difundir esta tradición, que terminó adaptándose a los estilos, materiales y costumbres locales. Pese a sus variaciones, la esencia del pesebre se mantuvo intacta: recordar el relato fundacional del cristianismo durante la celebración navideña.
En países como Perú, esta costumbre fue adoptada desde la época colonial, aunque con características propias. Si bien no es el núcleo de la tradición global, en el país se integraron elementos de la cultura andina, artesanía regional y figuras que reflejan la cotidianidad local. El nacimiento se convirtió así en un complemento cultural dentro de una práctica que, en su origen, nació hace más de 800 años en Europa.



