Era el año 1993 cuando los pueblos de la selva peruana vivieron en carne propia el azote de Sendero Luminoso. La agrupación terrorista acabó con la vida de inocentes, personas a las que sacó de sus casas para luego matarlos a machetazos.
Las huestes senderistas se ensañaron con los niños, quienes los mutilaron y los sometieron a grandes traumas, obligándolos incluso a matar a sus propias familias.
Entre muertos y desaparecidos superaban las dos centenas. Entre las pocas escenas que quedaron registradas se observa cómo muchos lloraban por sus familiares y otros no entendían aun lo que había ocurrido. Solo unos cuantos podían explicar las terroríficas escenas que vivieron.
Los niños fueron mutilados sin piedad, a ese dolor se sumó que muchos de ellos se quedaron huérfanos, entre los muertes habían colonos y también asháninkas. En aquella oportunidad, los terroristas se hicieron pasar por ronderos para atacar pueblos inocentes.
Esta es, sin duda, una masacre que marcó para siempre a nuestro país, una matanza terrorista que acabó con la vida de inocentes de manera brutal y sanguinaria, de la manera en que solo los terroristas podían matar: sin compasión alguna y con un odio y desprecio por la vida humana.