Cuando la mayoría de limeños duerme, un grupo de conductores convierte las avenidas principales de la capital en pistas de carrera. Todo comienza cerca de la medianoche, en una estación de servicio de San Isidro, donde se reúnen vehículos de lujo valorizados en miles de dólares. Modelos como Lamborghini o Chevrolet Camaro acaparan la atención de decenas de jóvenes que llegan atraídos por la velocidad y el espectáculo.
Una noche de motores, alcohol y caos vial
Tras la llegada de la Policía Nacional del Perú, los pilotos cambian de escenario y se trasladan hacia la Costa Verde, en el límite entre el Callao y San Miguel. Ahí, los potentes motores hacen vibrar el asfalto, mientras los presentes encienden bengalas, fuman marihuana y beben cerveza sin restricción alguna. Por minutos, los carriles con dirección a Lima quedan bloqueados. La competencia es breve, pero suficiente para poner en riesgo a quienes circulan por la vía y a los mismos espectadores.
Luego de cada intervención policial, la caravana de autos se desplaza a otro punto. Esta vez, los corredores escogen la avenida Canta Callao, una extensa arteria que cruza varios distritos del norte de la capital. En esta zona, se repite el mismo escenario: humo, ruido ensordecedor y la presencia de menores acompañados por sus padres en un ambiente donde el consumo de drogas y alcohol se normaliza.
El recorrido nocturno culmina en la playa Agua Dulce, donde motos y autos comparten terreno. Las ventas de bebidas alcohólicas se realizan sin control y las autoridades parecen ausentes ante un fenómeno que se repite cada fin de semana. Mientras la ciudad descansa, las calles se convierten en una pista ilegal que pone en evidencia la falta de fiscalización y la peligrosa fascinación por la velocidad.